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jueves, 11 de marzo de 2010

Ser frívolo

Por Fernando Iglesias

Respuesta del Diputado Nacional a la nota de Jorge Fontevecchia publicada en Perfil.

"Al que no se quiere salvar, nadie lo salva".
Cesare Pavese, El oficio de vivir

Le debo mucho a Jorge Fontevecchia. Sus publicaciones estuvieron entre las primeras que acogieron mis escritos cuando yo era un intelectual preocupado por cuestiones tan abstrusas para la sociedad argentina como el federalismo regional y mundial, la democracia global y la reforma democrática de la ONU, y se cuentan hoy entre las pocas que no me han arrojado de ese lugar por haber cometido el pecado de aceptar un compromiso político. No puedo dejar de mencionarlo antes de manifestar mi completo desacuerdo con su artículo “Ser poronga” (Diario Perfil, 05-03-10), denigrante para con la doctora Elisa Carrió.

Es cierto, la doctora Carrió tiene defectos. Muchos. Algunos, serios. Ninguno de ellos vale la quinta parte de sus virtudes: su cultura general y su amplitud de miras, tan inusuales en nuestras degradadas clases dirigentes; su profunda percepción de la realidad nacional y su brillante intuición política, dos méritos que son uno solo, y –sobre todo- su infinito coraje y devoción a la causa de una república de iguales. Fue en nombre de estas virtudes que acepté ser candidato de la Coalición Cívica hace apenas dos años, cuando nos presentamos a elecciones con una minúscula coalición recién formada para competir con el ministro de economía de Kirchner y contra su mujer, a contramano del 70% de los argentinos que afirmaban tener una imagen positiva de los K y que otorgó a esos dos candidatos el 64% de los votos. Sostuvimos en esa campaña que había que dejar en paz al campo, propusimos reemplazar la gobernabilidad corporativo-mafiosa por otra federal y republicana y advertimos que por el camino que íbamos pronto estaríamos en un escenario político de licuación de los poderes legislativo y judicial y en uno económico de inflación con recesión. Que digan hoy los argentinos si se trataba de profecías apocalípticas o de la más racional previsión del futuro.

Y es esto, en el fondo, lo que a Carrió no se le perdona. Quienes la detestan no detestan sus defectos, sino sus virtudes. Que diga la verdad en un país que desea seguir creyendo que el rey no está desnudo. Que no se adecue pasivamente a la opción entre un marido golpeador, el Pejota, y una oposición sumisa y resignada a ser mujer pobre y golpeada. Que sea la “piedra en el zapato” -como expresó con exacta percepción cierto piloto de tormentas y gran soplador de tornados- del acuerdo entre la nueva cara del pejotismo que gobierna el país desde hace veinte años y esa parte pactista del radicalismo que salió del golpismo destituyente de 1989 convencida que solo podía ser su socio menor, y que le dio la reforma constitucional que necesitaba, le ofreció sus intendentes y gobernadores como candidatos y hasta llevó candidatos pejotistas a la cabeza de su propia fórmula.

Es todo esto lo que no le perdonan a Carrió y a la Coalición Cívica quienes creen que saldremos de la gobernabilidad mafiosa y corporativa por arte de magia, sin esfuerzos ni sacrificios. ¿No hemos pasado ya por esto la década pasada, cuando el país creyó que todo el problema era Menem y que una presidencia sin convicciones, susurradora e indecisa, podría desactivar las bombas de tiempo dejadas por el pejotismo entonces menemista? “El cambo seguro”, como rezaba nuestra errada consigna electoral hace menos de un año. Digamos la verdad, para variar: no hay salida de una decadencia de décadas sin pagar costos ni tomar riegos. No hay cambio seguro, y a quienes crean lo contrario les espera una nueva desilusión causada por el péndulo mortal entre un pejotismo psicópatico y una oposición mujer-golpeada.

¿Qué Carrió y Cristina gritan? De acuerdo. ¿Son, por eso, lo mismo? Cristina grita desde la cúspide del enorme poder mafioso-corporativo que tiene a su partido, el Pejota, como red tentacular organizadora y a su marido como jefe provisorio; un poder que tiene agarrada a la sociedad argentina… por la garganta. Carrió grita desde el desafío a ese poder. Carrió grita para una sociedad mayoritariamente sorda, que no quiere tener problemas, que quiere que la mafia le arregle los problemas y que por eso vive sepultada de problemas. Carrió grita desde el desierto, acompañada por un pequeño partido que no acepta pactos a espaldas del país y defiende –con errores, cómo no- sus mejores principios: la ética, la república, la distribución verdadera del ingreso. ¿Tan extraviado estás, querido Jorge, para creer que Carrió y Cristina son más o menos lo mismo? ¿Tan bombardeado estás por la presión permanente de esta sociedad que eligió a Cristina, a Néstor, a Duhalde, a Menem I y a Menem II como sus presidentes, y que cuando quiso dejar atrás al vergonzoso pejotismo eligió a De la Rúa? ¿Tan coincidentes son el fondo y la forma como para que denigres a Carrió doblemente, primero llamándola “poronga” y después comparándola con Cristina, la careta de un poder corrupto que está vaciando el país y preparando la siguiente bomba de tiempo para el próximo gobierno “sensato” y “buscador de consensos”?

Lo más extraño de todo es que Fontevecchia -a quien Carrió siempre ha estimado mucho, me consta personalmente- se imagine a sí mismo como parte de una oposición supuestamente racional que teme que al país se lo lleve puesto el delirio fálico de dos locas, cuando lo delirante es seguir esperando que un perverso como Néstor Kirchner actúe de otra manera. Al respecto, bien vale contar una anécdota. Acabábamos de perder la votación por la 125 en Diputados cuando sonó mi celular. Era Carrió. Primera vez en mi vida que me llamaba personalmente, para invitarme a tomar un café en su departamento. Yo estaba cansado por tres meses de dura batalla y por las horas terribles de esa sesión maratónica, y frustrado por la derrota que habíamos sufrido, “irremontable en el Senado” según todos los pronosticadores equilibrados y sensatos. Pero fui, con la diputada Bullrich. Carrió estaba radiante. Nos felicitó por nuestro trabajo y dijo: “Mañana voy a Grondona y Majul y llamo a una marcha para acompañar a los senadores para que no estén solos, como los dejaron a ustedes”. Y agregó: “Van a ver que ganamos”. Lo hizo. Al día siguiente De Angelis había recogido el guante y llamado a marchar contra la 125. Un día más y la Mesa de Enlace tuvo que sumarse a la convocatoria. Trescientas mil personas fueron a Palermo y sumaron votos en el Senado. Ganamos. Ganamos, y el poder kirchnerista empezó desde entonces a crujir y desintegrarse. Ganamos, y esa misma Mesa de Enlace que el sábado en que fui a lo de Carrió estaba escondida debajo de una mesa le bloqueó el acceso al paco de festejo. Ganamos, y una sociedad habituada a la adoración de becerros le atribuyó el mérito al vicepresidente de Cristina Kirchner, que en medio de un discurso balbuceante que duró una hora y después de que el oficialismo se negara a aceptar los muchos puentes que les tendió no pudo menos que tomar la única opción que no conducía a su muerte política inmediata; e incapaz de decir siquiera “NO” dijo: “Mi voto no es positivo”.

Así de superficiales y cínicos somos. Los argentinos, digo. Por eso probablemente gobierne el país en 2011 un dirigente de esa corriente transversal que el Turco Asís definió inmortalmente como la Línea Aire y Sol. Como si el Pacto de San Nicolás y el de Munich fueran la misma cosa. Como si uno se pudiera sentar a firmar pactos de la Moncloa con quienes han violado sistemáticamente la Constitución Nacional. Como si pudieran resistir al embate kirchnerista quienes siguen ansiando que los llamen a “dialogar” los que quebrantan la ley a cada minuto que respiran.

En el fondo, lo que me separa de quienes se escandalizan por los defectos de Carrió es una diferente percepción de la sociedad argentina. Quienes creen que este es un país normal y suponen, por lo tanto, que no hace falta siquiera levantar la voz para intentar crearlo, les parece que lo que dice y hace y Carrió es una demasía. Después se despiertan. Se despiertan sin trabajo en un país donde sobran las oportunidades productivas, sin pan para sus hijos en un país que produce alimentos para siete veces su población, sin educación en el país que parió un Sarmiento. Se despiertan, sin que importe el nivel económico que tengan, sin seguridad, con droga y sin república; en un país desbordante de corrupción y de cómplices que la justifican, y de superficiales frívolos que no son corruptos ni cómplices pero parecen creer que los corruptos y quienes los denuncian son la misma cosa. La tragedia argentina bien puede explicarse así: por la coherente y convencida profundidad de los malvados y la frívola superficialidad de quienes pretenden oponérseles sin tomar riesgos ni pagar costos, como si el parto de una república fuese un pic-nic de colegialas hipnotizadas por la palabra consenso.

Acaso Elisa Carrió nunca gobierne el país. Acaso el poner el cuerpo una vez más para defender la posibilidad de que haya un futuro gobierno capaz de sacar a la Argentina del pantano “se la lleve puesta”, como ella misma dice en la intimidad. Y acaso un gobierno de la línea aire y sol lo haga mejor que los Kirchner. Después de todo, no es muy difícil. Tampoco era tan difícil averiguar quiénes eran los Kirchner antes de votarlos en 2003, o no prestarle vicepresidentes y votos a Cristina en 2007, o desconfiar del falso diálogo de 2009, o prestarle atención a quien lo había denunciado y anticipaba la trampa de una escandalosa apertura de sesiones por parte de un gobierno cuyo comportamiento se parece cada vez al de una banda de boqueteros. Que no lo entienda alguien de la capacidad de Jorge Fontevecchia, una de las mayores cabezas liberales del país, constituye el peor de los presagios.

Acaso Elisa Carrió nunca gobierne el país; pero será una lástima. Acaso en un par de décadas viajemos a Chile, Uruguay y Brasil y experimentemos el mismo envidioso deslumbramiento que hoy sentimos frente a Canadá y Australia, que eran como la Argentina a inicios del siglo pasado, o a Italia y España, que lo fueron hasta bien entrada su segunda mitad. Gobernará la línea aire y sol y sus panegiristas nos hablarán del diálogo y del consenso. Como si Göethe no hubiera existido y los pactos con el diablo pudieran llevar a otro lugar que el infierno.

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