El último sábado de febrero ingresé como ciudadano de Paraná, al recinto del Concejo Deliberante. El objetivo, poder escuchar a los representantes de todos nosotros. Fue imposible, doloroso, irracional.
Cuando un sábado se convoca al debate, la puerta que más abierta debe estar, es la puerta grande, con sus escaleras generosas para poder acceder en extrema libertad a la casa del pueblo. No fue así, solo a las vueltas para poder llegar. Cuando fui Concejal, por allí ingresábamos, junto con la gente.
Tenía deseos de escuchar en particular a dos concejales. Uno que no me deja de sorprender gratamente, Emmanuel Martínez Garbino, otro, que lo quiero escuchar más y no lo escucho, puedo comprender sus razones, pero no las comparto, amigo de la vida que allí está, Martín Uranga.
Los autoconvocados, no más de media hora después de iniciada la presentación del miembro informante del Bloque Justicialista, debieron ir retirándose de la denominada barra, en razón de un clima de agresividad insostenible.
Intente quedarme y contemplar las actitudes, los gestos, las palabras. Las banderas todas iguales del poder de turno, fueron imposibilitando ver a los concejales y sus autoridades. El Presidente notablemente se olvido del reglamento y de la autoridad que había ejercido previamente para con el público que no acompañaba la nueva ordenanza.
Rodeado de seres que recibían órdenes de un personaje al mejor estilo de guapo jefe mayor, allí presente, fueron imposibilitando que la gente que quería volver hacia el recinto –la barra- pudiera hacerlo. Una vergüenza, una burla a la institucionalidad deliberativa, al recinto sagrado que alguna vez custodió los destinos de esta ciudad.
Fui testigo, como la gente que quiso estar y no pudo, de una patota instalada en el recinto de la democracia, que con su sistema de organización muy bien aceitado, imposibilito la presencia de algunos vecinos y el privilegio de aprender a escuchar.
En Paraná la democracia esta mal herida. En el primer año de esta gestión, el Concejo Deliberante no existía por su delegación de facultades absurdas y claro, otras razones también. Ahora que se lo necesita, es violentado en su esencia, cual es que el pueblo más allá de la diversidad de opiniones, pueda saber de qué se trata, quién es quién, que se dice y fundamenta.
La patota real y simbólica, la inexistencia de autoridad en la conducción del debate y el relacionamiento con la gente ubicada en la barra, la manipulación mezquina de pobre estatura, han imposibilitado que el ciudadano pueda ser testigo.
Quienes hoy gobiernan y pretenden diferenciarse del pasado gobernante reciente como si nada tuvieran que ver, no tienen derecho a facilitar la clausura del recinto sagrado.
En mis recuerdos celebro aquellos concejos deliberantes pasados y sus debates, que aún hoy brindan la esperanza de que la república puede funcionar bien, que es posible.
La responsabilidad política de lo sucedido es de quienes han utilizado a estos personajes como instrumento de imposición del miedo. El pueblo de Paraná deberá evaluar dos asuntos: Lo sucedido en el recinto, como espacio simbólico y no diabólico de la democracia. Pero también deberá hacer una profunda reflexión sobre su propia ausencia. El Presidente Municipal y el propio Presidente del cuerpo deliberativo se han referido a las mayorías silenciosas que representan. Que esa mayoría “silenciosa” que no estuvo presente, se haga cargo de sus responsabilidades.
Como le dije a un miembro del Centro de Comercio de Paraná luego de ser como “desalojado” del viejo recinto, como para dar solo un ejemplo. ¿Ustedes, el sábado, dónde estaban?
(*) El autor es abogado y miembro de la Coalición Cívica
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